La Virgen Blanca, plaza emblemática, cita obligada en un paseo por el Casco Viejo. Sentimos, mirándola, como el tiempo pasa volando. De una entrañable plaza, rodeada de casas antiguas con miradores acristalados decorada por unos jardines y aquellos típicos y pintorescos bancos de madera que adornaban el monumento conmemorativo de la Batalla de Vitoria, a una plaza donde lo verde desaparece y el cemento se impone, añorando así el encanto que antes la presidía. Pequeñas fuentes salpicadas y la iluminación perdida en el pasado, invaden la plaza de sensaciones frías y austeras que la entristecen. En el centro esa estatua muda, testigo de este paso del tiempo inmutable y fiel a sus orígenes, respaldada por esa altanera torre; ambas conocedoras de días de gloria, celebración y bullicio, a la vez que de días de silencio y soledad que el duro invierno le hace pasar.
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