La Virgen Blanca siempre ha sido un lugar de reunión para todos los vitorianos ya sea en invierno o en verano, lloviendo o nevando. Renovada hace unos años, la acompañan las estrechas calles del Casco Viejo alavés. Sus pequeñas fuentes saltarinas —que poco llevan ahí— son amigas de la estatua que se alza en medio de la plaza la cual costó mucho separarla de sus flores. Al levantar la vista se puede observar el imponente y antiguo campanario del que se baja Celedón en agosto haciéndole sufrir con su peso. Y qué seria de la plaza si no fuera por las delgadas luces que la iluminan cuando se encuentra sola y vacía, sin esos establecimientos que atraen a la gente y de esas fechas tan especiales que hacen que el lugar se llene de un gentío alegre y con ganas de disfrutar.
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